En una época donde la mediocridad es notoriamente recompensada y la hipocresía un emblema heráldico, la noción de “normalidad” se ha convertido en una religión radical, la plurivalencia requerida para lograr el cambio es una herejía que desafía todos los límites.
Dentro de los mensajes comunicados por el Ningunismo, se hace referencia a que se ha convertido en tópico decir que la sociedad ya no expresa un consenso; si no que un falso consenso es expresado para la sociedad: este es llamado la “ilusión de totalidad”. La misma se manifiesta como un subproducto de la idea de masa, adornada con un rol de agente regulador de lo que se supone uno debe pensar, hacer, sentir y por sobre todo opinar, para evitar ser castigado con la alienación.
El Ningunismo, ataca con su misma existencia la iconolatría predominante en la sociedad contemporánea al eludir cualquier sistematización ideal, resignificando sus tácticas tan pronto como son nombradas, representadas o mediatizadas y generando una nueva lógica post-aristotélica que remueva el error del esencialismo de nuestras reacciones neurolingüisticas (habla y pensamiento).
Por ejemplo, el proyecto “es” serio y profundo y además “es” lúdico y paradójico. Permaneciendo en la manera de ver, comunicar y pensar ordinaria, uno debe decidir si el Ningunismo realmente “es una incongruencia” o que la observación sobre el proyecto fue incorrecta. Rescribiendo esto con el nuevo sistema1 encontramos que “El Ningunismo es serio y profundo en sus ideas y motivaciones y lúdico y paradojal en sus acciones”. Aunque parezca algo simple de hacer, la abolición del uso automático del “es” con respecto a la realidad de segundo orden, es una clave fundamental para desmantelar la alucinación.
Todo procedimiento es bueno para la imposición de este orden que se presenta como indispensable para la supervivencia absorbiendo todo con sus nombres, logos y uniformes por un lado y con sus marchas y amenazas por el otro. No hay otra opción que adoptar una definición, sea ésta: ser un patológico o un ecológico, un sexual, o un radical, siempre y cuando uno participe de la segmentación y la estandarización definiendo lo “que es” cada uno.
Para los agraciados por este flujo de tendencias les queda la eterna obligación de mantener su status de ser “modelos” ahogados en drogas, alcohol, o las favoritas enfermedades estéticas. Para los otros, siempre culpables por no alcanzar un handicap específico para el target deseado, les queda redimir su culpa con grandes rounds masoquistas de dietas y operaciones que los acerque más a lo que “la totalidad” desea.
Por esto, el Ningunismo busca atacar al iconoclasismo de la totalidad minando la concepción bidimensional de lo que “es” y lo que deja de “ser”.
El nombre mismo del movimiento implica un rechazo a toda idea estática y convertida en ideología. Todo “ismo” está presentado como un sistema o forma de ver la realidad, el cual está más cerca que todos los otros de la objetividad. Para lograrlo, apela a la realización de actos que prosperan en paradojas barrocas, favorece estados estéticos de conciencia y de emoción sobre todos los “ismos” petrificados, en busca de crear una pequeña biosfera de originalidad que trascienda toda disquisición sobre lo que “es” y deja de ser.
No “la libertad” que ha sido simbólicamente pervertida y prostituída en busca de un concepto abstracto, sino una concreta chance de escapar a la pérdida de individualidad proporcionada y promocionada por las definiciones y segmentaciones de mercado, desprovista de cánones impuestos por packagings sociales como: “nacional”, “pop”, “musulmán”, “punk”, “deportista”, “sectario”, “modelo”, “patológico”, “rebelde”, “antisocial”, “doctorado”, “ninfómano”, “burocrático”, “ecológico”, “oficinista”, “perdedor”, entre millones de otros.
El Ningunismo no es un grupo revolucionario ya que está de por sí en contra del concepto de “revolución”, porque ninguna revolución ha traído los sueños que la crearon, por ejemplo el Situacionismo, el Anarquismo, el Marxismo, y otros “ismos”, los cuales al momento del triunfo sobre otra idea, sus sueños e ideales están ya traicionados; o peor aún; de no triunfar, todo involuciona en el resentimiento, el odio y la violencia.
La historia pregona que la revolución quiere permanencia o cuando menos duración, mientras la insurrección es temporal, una experiencia límite, contraria a la conciencia ordinaria.
Y justamente es en este punto donde el Ningunismo presenta una posibilidad mucho más interesante que las revoluciones cumplidas, ya sean burguesas, socialistas, fascistas, o similares ya que todas ellas quedaron en un plano externo y nunca lograron afectar el plano esotérico del sistema nervioso humano, ensanchando sus fronteras y posibilidades.
Las revoluciones sólo han de resultar en grotescos y peligrosos espasmos de violencia, mientras que la insurrección ningunista proporciona una teoría crítica.
Todos los grandes sociólogos se rompieron el mate buscando una manera de generar un reemplazo al sistema de contención social que antes estaba asociado a la cruz y la espada. Al terminar el medioevo, y separarse la familia y destacarse la razón, no existían más medios de contención.
Mientras que el Ningunismo busca ser una plataforma para aquellos que se separan de la sociedad y sus reglas, sin por eso dejar de participar del sistema, el trabajo del insurrecto es el de desbaratar el concepto del consenso, o el imaginario social contaminado, por así decirlo.
Roy Khalidbahn